26.8.10

Cuento sin moraleja, Julio Cortázar.-

Un hombre vendía gritos y palabras, y le iba bien aunque encontraba mucha gente que discutía los precios y solicitaba descuentos. El hombre accedía casi siempre, y así pudo vender muchos gritos de vendedores callejeros, algunos suspiros que le compraban señoritas rentistas, y palabras para consignas, slogans, membretes y falsas ocurrencias.
Por fin el hombre supo que había llegado la hora y pidió audiencia al tiranuelo del país, que se parecía a todos sus colegas y lo recibió rodeado de generales, secretarios y tazas de café.
-Vengo a venderles sus últimas palabras-dijo el hombre-.Son importantes porque a ustede nunca le van a salir bien en el momento, y en cambio le conviene decirlas en el duro trance para configurar fácilmente un destino histórico retrospecctivo.
-Traducí lo que dice-mandó el tiranuelo a su intérprete.
-Habla en argentino, Excelencia.
-¿En argentino? ¿Y por qué no entiendo nada?
-Usted ha entendido muy bien-dijo el hombre-.Repito que vengo a venderle sus últimas palabras.
El tiranuelo se puso de pie como es de práctica en estas circunstancias, y reprimiendo un temblor mandó que arrestaran al hombre y lo metieran en los calabozos especiales que siempre existen en esos ambientes gubernativos.

24.8.10

Autorretrato, Pablo Neruda

Por mi parte soy o creo ser duro de nariz, mínimo de ojos, escaso de pelos en la cabeza, creciente de abdomen, largo de piernas, ancho de suelas, amarillo de tez, generoso de amores, imposible de cálculos, confuso de palabras, tierno de manos, lento de andar, inoxidable de corazón, aficionado a las estrellas, mareas, maremotos, admirador de escarabajos, caminante de arenas, torpe de instituciones, chileno a perpetuidad, amigo de mis amigos, mudo de enemigos, entrometido entre pájaros, maleducado en casa, tímido en los salones, arrepentido sin objeto, horrendo administrador, navegante de boca y yerbatero de la tinta, discreto entre los animales, afortunado de nubarrones, investigador de mercados, oscuro en las bibliotecas, meláncolico en las cordilleras, incansable en los bosques, lentísimo de contestaciones, ocurrente años después, vulgar durante todo el año, resplandeciente con mi cuaderno, monumental de apetito, tigre para dormir, sosegado en la alegría, inspector de cielo nocturno, trabajador invisible, desordenado, persistente, valiente por necesidad, cobarde sin pecado, soñoliento de vocación, amable de mujeres, activo por padecimiento, poeta por maldición y tonto de capirote.-

19.8.10

Las palabras y yo...

En la escuela siempre disfruté más Lengua que Matemática. No comprendía para qué podían llegar a servirme las operaciones complejas, las raíces cuadradas, las x y las y, si con las palabras me bastaba y sobraba. Los libros eran de gran ayuda.
Me gusta escribir tanto como me cuesta encontrar las palabras adecuadas, las metáforas que sinteticen mis estados de ánimos o la capacidad para dejar de ser yo. No he podido aprender a salirme de mi misma, a escribir en esa huidiza tercera persona.
La rutina de cada día enfrentarme a una hoja vacía birome en mano, o teclado enfrente, no he conseguido incorporarla a mi agenda. Tampoco quisiera que me recuerden por los memorándum diarios bien redactados…
Lo producido a la fecha son artículos periodísticos, que se caracterizan porque en todas doy mi visión particular de las cosas. No sé si está bien o mal, sólo obedece a mi impulso por hacer el uso que quiero de las palabras. Creo con ellas se puede cambiar el mundo, para eso las uso. (tal vez el mundo sea mucho…mi mundo no lo es…)
Creé un blog al que no actualizo. Ni siquiera sé cómo se usan todas sus posibilidades. Hay menos de diez publicaciones allí, la mayoría notas que debía entregar a la Secretaría de Extensión del instituto donde cursé la carrera, o sea que fueron una obligación aunque me dio mucho gusto hacerlas, y leerlas.
Hasta hace no mucho, mantuve la costumbre de escribir cartas. A amigas, novios, o destinatarios que nunca llegarían a ser tal. Benedetti, Jorge Lanata…una vez le escribí a Carlos Menem…En esas líneas las dueñas de la situación fueron siempre las palabras, por más que luchara contra ellas con mi escudo a prueba de sentimentalismo, siempre ganaban ellas…
Soy demasiado autoexigente. Me gusta buscar los vocablos adecuados, la coherencia entre los párrafos, que se encuentre la idea principal con facilidad, que se entienda, porque escribo para un igual a mí.
Sé que a menudo resulto soberbia, lo sé porque me lo han dicho no porque yo lo crea. ¿Eso resultará soberbio también?...intento contagiar el espíritu por la lectura y parece imposición. (No hubo navidades o cumpleaños sin que yo regalara libros a mis hermanos…eso sí fue imposición literal)
Llegué a este párrafo y volví a releer y corregir los anteriores…imagino el tiempo que me llevaría escribir un cuento corto….
Descreo de la musa inspiradora, aunque confieso que demasiadas veces creí haber logrado la escritura por ella. Sería más sencillo esperar que llegue…tal vez no me atreva a enfrentar un fracaso y por eso la sigo esperando…